sábado, 12 de enero de 2013

LIBERARNOS DE NUESTAR NATURALEZA INFERIOR

Krishnamurti ~ Reforzando en nosotros nuestra naturaleza superior.





En la escuela no se debería nunca permitir que a un chico le pusiesen un apodo ofensivo y por regla general debería estar prohibido hablar mal de cualquier miembro de la escuela, maestro o alumno.

Mi Maestro hace observar que, hablando de los defectos de una persona, no solamente aumentamos en ella esos defectos, sino que además llenamos nuestras mentes de malos pensamientos.

No hay más que una manera de liberarnos realmente de nuestra naturaleza inferior, y es reforzando en nosotros nuestra naturaleza superior.

Y al mismo tiempo que es deber del educador comprender las debilidades de aquellos que le son confiados, él debe convencerse de que no conseguirá vencer la naturaleza inferior del chico si no es rodeándolo de amor, estimulando así en él sus más elevadas y nobles cualidades hasta que no quede sitio para las debilidades.

Cuantos más chismes haga el docente a propósito de los defectos de sus alumnos, tanto mayor será el daño que se produzca; por lo tanto, él no debería jamás hablar de los defectos de un chico a menos que no esté reunido con sus colegas en consejo para estudiar los métodos mejores de poder ayudar a cada muchacho a liberarse de sus debilidades.

Sería, además, conveniente hacer entender a los muchachos cuan cruel es el cotilleo entre ellos. Conozco a más de un chico cuya vida en la escuela ha sido infeliz a causa de la indiferencia y grosería de sus compañeros, mientras que el docente o no se percataba siquiera de su desdicha o no sabía cómo explicar a los chicos la naturaleza del mal que ellos provocaban.

Muchas veces los muchachos se fijan a posta en alguna particularidad en el hablar o en el vestir, o en algún error cometido y, sin darse cuenta del dolor que producen, torturan despreocupadamente a su desgraciado compañero con alusiones poco amables. En este caso el mal se debe sobre todo a la ignorancia y si el educador tiene algún ascendente sobre los jóvenes y les explica cariñosamente el dolor que están produciendo, ellos, entonces, pronto dejarán de hacerlo.

Se deberá, además, enseñarles que nada de lo que pueda producir sufrimiento o aburrimiento a los demás, nunca podrá ser bueno ni tampoco servir de diversión para el chico de mente recta.

Algunos muchachos parecen encontrar placer en atormentar o aburrir a los demás, pero esto se debe sólo a su ignorancia. En cuanto comprendan, no volverán jamás a tener una conducta tan poco fraternal.

En cada clase deberían estar expuestas bien claramente las siguientes palabras de mi Maestro: «No hables nunca mal de nadie, rechaza escuchar a quien hable mal de otro, más bien haz observar con garbo: “Puede que esto no sea cierto y si incluso lo fuera es más piadoso no hablar de ello”».

Hay delitos contra el amor, desafortunadamente muy comunes, que no se consideran tales. Tratando de ellos, el docente debería ser muy prudente, pero, en la medida de lo posible, debería enseñar una doctrina de amor y por lo menos dar él mismo un buen ejemplo. Tres de entre estos delitos están clasificados por mi Maestro entre las crueldades causadas por la superstición.


1.- Sacrificio de animales. Entre las naciones civilizadas, solamente en la India, hoy en día, se encuentran esos sacrificios, aunque con tendencia a desaparecer. Padres y educadores deberían hacer entender a sus chicos que no hay usanza cruel que pertenezca realmente a religión verdadera alguna. Puesto que nosotros hemos visto que la religión enseña la unidad y, por lo tanto, la bondad y el cariño hacia todo ser vivo.

Por lo tanto, no se puede servir a Dios por medio de la crueldad y de la matanza de criaturas indefensas. Si los muchachos hindúes aprendieran en la escuela este precepto de amor, haciéndose hombres acabarían definitivamente con esa cruel superstición.


2.- Mucho más difundida es la superstición que mi Maestro llama:

«aquella, aún más cruel, de que el hombre necesite alimentarse de carne».

Este asunto concierne más a los padres que a los educadores, aunque éstos podrían por lo menos inducir a sus alumnos a observar cuánta crueldad hay en la matanza de animales para alimentarse.

Incluso si en su hogar el muchacho fuera obligado a comer carne, renunciaría a ello en cuanto se hiciera hombre y ofrecería a sus propios hijos una oportunidad mucho mejor que la que él mismo tuvo.

Si los padres, en sus casas, y los educadores en las escuelas, quisieran acostumbrar a los chicos en el deber de amar y proteger a todas las criaturas vivientes, el mundo sería mucho más feliz de lo que es hoy día.


3.- «El tratamiento con el que la superstición ha dominado las clases más despreciadas de nuestra amada India», dice el Maestro, es prueba de que «esta mala cualidad puede engendrar una crueldad despiadada también en aquellos que no conocen el deber de la Fraternidad».

Con la finalidad de liberarnos de semejante forma de crueldad, a cada muchacho le debería ser impartida la gran lección del amor, y mucho puede hacerse en este sentido, tanto en la escuela como en casa.

En la escuela el muchacho tiene muchas oportunidades verdaderamente especiales de aprender esta lección, y el profesor haría bien en destacar el deber de ser corteses y gentiles con todos aquellos que son de condición inferior, además de con los pobres que eventualmente puedan encontrar.

Todos aquellos que conocen la verdad de la reencarnación deberían comprender que son miembros de una gran familia en la cual algunos son hermanos menores y otros mayores. Es necesario enseñar a los muchachos a manifestar cariño y consideración hacia los sirvientes y hacia todos aquellos que, por posición social, son inferiores a ellos; la casta no fue creada para favorecer el orgullo y la dureza, y Manu (El Gran Instructor) enseña que el servicio doméstico debería ser tratado como niños de la familia.


A los pies del Maestro por Krishnamurti

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